Pidió vacaciones, la empresa se los negó. Murió de un infarto.

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Huimanguillo, Tabasco.- Fortino Vidal Lara no era una figura pública. No fue tendencia en redes, ni salió en portadas de revistas. Pero era conocido por todos en las calles de Huimanguillo: repartidor incansable, rostro amable, puntual hasta en la fatiga. Era, como tantos otros, un trabajador invisible que sostuvo en sus hombros la cadena que nunca se detiene: el suministro diario.

Durante años, Fortino repartió refrescos bajo el sol intenso del sureste mexicano. Lo hacía sin quejarse. Pero en días recientes, su cuerpo comenzó a enviar señales: cansancio extremo, palpitaciones inusuales, una presión en el pecho que no cedía. Aun así, fue a trabajar. Y cuando finalmente pidió vacaciones, según testimonios cercanos, se las negaron. “No podemos darnos el lujo de parar”, le dijeron.

Murió solo, en su camión.

Lo encontraron sin vida dentro de su unidad, estacionada. El dictamen fue claro: un infarto fulminante. Tenía 56 años.

El precio de no detenerse

El caso de Fortino no es aislado. De acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), las enfermedades del corazón son la primera causa de muerte en México, representando más del 20% del total de fallecimientos anuales. Entre los factores principales: el estrés laboral crónico, las jornadas prolongadas y la falta de descanso.

En sectores como el reparto de bebidas y consumo masivo —donde los tiempos de entrega son implacables y las metas, altísimas— los cuerpos de los trabajadores a menudo pagan el costo de la eficiencia. “Estamos hablando de personas que cargan entre 80 y 100 cajas al día, con temperaturas que superan los 35 grados”, explica un exsupervisor de logística de una empresa embotelladora que pidió el anonimato. “El ritmo no permite descanso. Si uno falla, los demás cargan el doble”.

¿Y si el trabajo mata?

En México, el 75% de los empleados sufre de estrés laboral, según cifras de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social. La Organización Mundial de la Salud ya reconoce al burnout como un fenómeno laboral asociado con el deterioro físico y emocional. Sin embargo, aún son pocas las políticas que regulan el derecho al descanso real y oportuno, particularmente en empleos de campo y operativos.

“Negar vacaciones es negar humanidad”, sentencia la socióloga industrial Carmen Aguilar, de la UNAM. “Fortino no murió solo por un infarto. Murió por una cultura que glorifica la productividad a cualquier costo y que penaliza la vulnerabilidad.”

El silencio que queda

En Huimanguillo, la familia de Fortino aún no tiene respuestas claras. La empresa para la que trabajaba no ha emitido un comunicado oficial. En redes, vecinos y amigos comparten mensajes de duelo, pero también de indignación.

“Él sólo quería descansar”, escribió su sobrino en una publicación. “Y lo único que obtuvo fue la muerte.”

Una pausa urgente

La historia de Fortino Vidal Lara debería ser un punto de inflexión. Una pausa colectiva. No sólo para pensar en la precariedad, sino en cómo hemos normalizado el sacrificio físico por metas que, al final del día, no salvan vidas. Las desgastan.

No hay bebida tan urgente que deba cobrarse con la vida de quien la entrega.

No hay meta que valga más que el derecho a parar, a respirar, a vivir.

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