Corregir lo que no se hizo bien: el verdadero reto de la ciclovía en Manzanillo

En Manzanillo, la llamada ciclovía del Boulevard Costero Miguel de la Madrid nació como símbolo de modernidad. Se presentó en 2023 como una apuesta audaz por la movilidad sostenible. Sin embargo, hoy —a un año de su inauguración en 2024— lo que queda es una estructura deslavada, escasamente utilizada y con evidentes fallas de origen.
Con una inversión inicial de 7.5 millones de pesos, y que concluyó a decir de su entonces Director de Obras Públicas del Ayuntamiento de Manzanillo el Ing. Alam Vargas sobre los 17 millones la obra prometía 5 kilómetros de vía segura y funcional para ciclistas. Pero en lugar de construir una infraestructura adecuada, lo que hizo la anterior administración fue, en buena medida, pintar de verde el adoquín existente, colocar algunos topes y declarar la misión cumplida. La pintura, como era previsible, ya se deslavó en varios tramos. No hay sombra, no hay conectividad, no hay usuarios. Y lo más grave: no hay resultados.

A esto se suma la inversión adicional de 10.5 millones de pesos a realizarse este 2025, anunciada por la actual administración para corregir los errores heredados. Y aunque esta nueva inyección de recursos puede parecer excesiva a simple vista, en realidad representa una decisión responsable y necesaria para aspirar a una ciclovía funcional, segura y digna, algo que simplemente no se hizo bien desde el principio.
Porque sí: la ciclovía es una buena idea. Lo que fue desastroso fue su ejecución.
La anterior administración, obsesionada con la imagen y el discurso político, desaprovechó la oportunidad de transformar verdaderamente la movilidad urbana. Optaron por el camino fácil: pintura barata, renderizados bonitos y nula planeación integral. Ni se estudió el patrón de uso ciclista, ni se garantizó la durabilidad de los materiales, ni se pensó en la conectividad con otras zonas de la ciudad. El resultado está ahí: una ciclovía que la mayor parte del tiempo está vacía, mal señalizada y visiblemente deteriorada.
Y lo peor: todo esto con recursos públicos.
Cada peso invertido en una obra mal ejecutada representa un costo doble para la ciudadanía. No solo es dinero que se va, sino dinero que tiene que volver a gastarse. Porque ahora hay que rehacer lo que ya se había hecho. Un gasto que no debió ser necesario si la planeación y la ejecución hubieran estado a la altura del discurso.
La nueva administración tiene ahora la difícil tarea de recuperar la confianza ciudadana. La decisión de invertir en adecuaciones —como elevar tramos a nivel de banqueta, mejorar señalización y asegurar el trazo— es un paso en la dirección correcta. Pero también es una advertencia: lo público no puede improvisarse. Una obra no es exitosa solo porque está inaugurada. Lo es cuando sirve, cuando se usa, cuando transforma la vida de quienes la recorren. Porque no se trata solo de una ciclovía. Se trata de cómo se gobierna, cómo se planea y cómo se gasta lo que es de todos.